Esta obra presenta a Hildegarda de Bingen, mujer superdotada, vivió entre 1098 y 1179. Nació en Bermersheim, Alemania, en una región rural de Renania.
Fue hija de Hildeberto y Matilde, un matrimonio de origen noble y con gran influencia económica y política. A la edad de ocho años es entregada a Dios a modo de diezmo, pues era la décima hija de la familia, para iniciarla en la vida monástica bajo la tutela de Jutta von Sponheim en el Monasterio de Disibodenberg.
De alguna manera el estilo de vida benedictino, que mediaba entre el trabajo y la oración, el estudio y la lectura espiritual, la vida común y la soledad contemplativa, hacen que Hildegarda pueda extraer, siempre bajo el consejo de monjas y monjes, obispos y cardenales, laudables frutos de sus dotes naturales. Era una mujer hipersensible, poseía el don de la clarividencia y de las visiones y, sin ser experta en la lectura y escritura del latín, escribió tres grandes obras: Liber Scivias (sobre sus visiones aprobadas por el mismo Papa Eugenio III durante el Sínodo de Tréveris entre 1147 y 1148); Liber vitae meritorum (1158-1163), reflexiones sobre una vida de méritos; y Liber divinorum operum (1163-1174), consideraciones filosófico-teológicas sobre la obra de Dios; así como otras cinco obras más de tenor contemplativo y visionario.
Hildegarda no sólo fue una excelente monja, sino que también recibió el título de magistra (abadesa), pues se desempeñó como fundadora, guía vocacional y educadora en la vida monástica. Destacó en el campo espiritual y en el de las revelaciones. Su legado incluye también recetas, consejos del buen vivir o de medicina y música litúrgica; a ella debemos la primera pieza sacra que fue representada en su época.
Santa Hildegarda, mujer extraordinaria en la dedicación a las cosas de Dios y en la virtud, fue declarada Santa el 13 de mayo de 2012.